sabato 3 dicembre 2011

Orígenes y verdades

El que se hayan realizados ciertos hallazgos cavernícolas no significa que todas las culturas del mundo estuviesen en ese entonces en ese mismo nivel. La ciencia actual vive de suposiciones a las que tilda con el atractivo nombre de teorías, abriendo así las puertas a un mundo de elucubraciones donde no existen respuestas claras ni valores absolutos.
Así como dos más dos siempre fue cuatro, de la misma manera, verdades más elevadas, sutiles y sofisticadas, siempre existieron, y fueron percibidas y apreciadas por personalidades de un carácter más puro y elevado. Nos encontramos en una época en la cual, espíritus más aventurados e inquietos, aprecian los valores de las antiguas culturas y admiten el fracaso de la presente.
El orgullo de este siglo que termina nos ha separado de nuestros antepasados, y en realidad lo hemos estado haciendo ya de mucho tiempo antes. En el afán de volvernos positivistas y pragmáticos limitamos nuestro campo de entendimiento y percepción al que sólo pueden darnos la razón y los sentidos, el resultado de esto ha sido un hombre superficial, sin metas superiores, alienado, confundido, y deprimido. Hemos cerrado las puertas a la fe y hemos insultado las viejas tradiciones, y así hemos seguido adelante, hemos seguido, sin saber ni a quién seguimos.
Las antiguas culturas estuvieron empapadas de un misticismo especial, de un respeto a la naturaleza y a todo lo creado. De un respeto al padre y a la madre, al sacerdote y a los ancianos. Su diario vivir estaba relacionado con una visión cosmológica donde todo estaba insertado como en un organismo perfecto. Organismo que el hombre de hoy se ha encargado de viviseccionar, incapaz de encontrar el motor de vida que lo mantiene latente. Ni siquiera la medicina moderna es capaz de ver el cuerpo humano como un solo órgano y de tratarlo como tal. Todo eso ha desaparecido y sólo queremos dar espacio a lo nuevo.
¿Pero qué es lo nuevo? Lo nuevo no es más que el intento fallido de unos mal llamados científicos que rechazan realidades superiores que con certeza y claridad son entendidas y percibidas por otras miles de personas. Hoy muchos se lamentan, como si hubiesen perdido un bello libro de poemas. El hombre comienza a sentirse solo y artificialmente apartado de su madre tierra. Se ha vuelto como el joven rebelde que después de un tiempo anhela volver a casa.
Sufre por el río que ya no es cristalino, por el aire que ya no es puro, por el alimento que enferma, por los animales que están extintos. El hombre se siente explotado y pobre. Muchos se han sentido engañados y en realidad lo hemos sido. El mismo cristianismo cometió el error de volverse demasiado aristotélico y de querer comulgar demasiado con los racionalistas, sin dar crédito a esas verdades que se revelan en el corazón de quienes sirven con amor y humildad a madre naturaleza, la verdad y lo divino. Primero persiguió la ciencia con ciego fanatismo y luego se doblegó ante ella con igual ceguera. Arqueólogos, historiadores y antropólogos, parecen estar destapando la olla y demostrando que el verdadero siglo de las luces se dio mucho antes de lo enseñado.

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