Aconteció en Madrid el año 2009, en un foro sobre la lucha indígena en América Latina donde fui invitado a exponer en mi calidad de periodista. “Yo aquí, como Mapuche, les pido disculpas porque lo mejor que tenían ustedes, lo mejor de vuestra juventud, fue a morir a nuestro territorio. Y fueron a morir en una guerra imperial que probablemente no buscaron ellos ni mucho menos nuestros ancestros. Nuestro territorio fue el cementerio español en América y por ello, acepten mis disculpas, que siempre engrandecen a quien las da y ennoblecen a quien las acepta”, fue lo que dije a los españoles al iniciar mi conferencia. Demás está contarles que el silencio y las caras de sorpresa fueron totales. Tanto entre los españoles asistentes al foro -que no podían creer lo que sus oídos escuchaban- como en la mayoría de mis colegas expositores, en su mayoría comunicadores indígenas de Centroamérica que poco y nada parecían entender mi emotiva “conversión” proespañola y, sobre todo, monárquica.
Siempre cuento esta anécdota madrileña cuando expongo del tema mapuche. Y lo hago porque me permite ahorrar cuando menos dos o tres siglos de latoso recuento histórico. Y es que como algunos ya lo sospechan, nuestra fatalidad histórica como pueblo poco y nada tiene que ver con el Rey de España. No es malo recordarlo, sobre todo un 12 de Octubre, cuando la cercanía de los árboles impide a tantos ver el bosque.
Lo reafirmo hoy en esta tribuna: lo acontecido con mi pueblo bastante poca relación tiene con el bendito 12 de Octubre. Muy poco que ver con la Corona y si mucho con las Repúblicas. Muy poco que ver con los españoles y sí mucho con la historia no contada de los pueblos chileno y argentino. Dejemos por tanto descansar en paz a Cristobal Colón, Francisco Pizarro y el crédito local, Pedrito de Valdivia. Pocos saben -y básicamente porque a nadie se le enseña en la escuela- que los mapuches casi nada perdimos con España. Hasta podría decir que ganamos. Sí, ganamos el arte de la caballería, los textiles, la platería y una lengua castellana casi tan hermosa como la nuestra. Es cierto, se trató en los inicios de una guerra. De una cruenta y dolorosa guerra de anexión colonial. Pero la muerte de tres Gobernadores al sur del Biobío fueron más que suficientes. Sobrevino entonces la diplomacia de las armas y con ella florecieron en La Frontera el comercio, las artes, la ciencia y la Política. Así como lo lee, la Política, con mayúscula, que aquello eran precisamente los Parlamentos.
No viene mal recordar, sobre todo en esta fecha, que los mapuches perdimos nuestra independencia no precisamente a manos de los ancestros del Rey Juan Carlos. Fue hace no mucho tiempo, poco más de un siglo, después que Bolivia perdió el mar ante Chile en la llamada “Guerra del Pacífico”, sin ir más lejos. Aconteció entre los años 1880 y 1886, con presupuestos aprobados en los Congresos chileno y argentino, tras “democrático” debate impulsado por lo más selecto de la elite dirigencial de ambas repúblicas. Si transcurrido más de un siglo la demanda marítima boliviana sigue estando tan presente en la población altiplánica, ¿se imaginan cómo será para nosotros la añoranza de aquel territorio propio, de aquel hogar nacional saqueado por chilenos y argentinos a punta de quemas de sembradíos, robo de animales y cantidades industriales de chupilca del diablo? Si fueran mapuches como yo o como mi abuelo ¿cómo creen se sentirían al respecto?
Estimado lector, estimada lectora: que no le sigan pasando en octubre gato por liebre. El conflicto actual no tiene 500 años como insisten autoridades y uno que otro periodista despistado. A lo más, 130 años. De hecho, está de cumpleaños muy pronto, el próximo 4 de noviembre, fecha en que se conmemora el último “Malón General” acontecido en el valle de Temuco el año 1881. Allí se enfrentó el ejército mapuche contra las fuerzas militares comandadas por Gregorio Urrutia, dicho sea de paso, condecorado oficial chileno de la “Guerra del Pacífico”. Aquella batalla constituyó la derrota definitiva de nuestro pueblo. Ello al menos en este lado de la cordillera.
Al otro lado, en Puelmapu, “la tierra mapuche del este”, las escaramuzas se prolongarían hasta bien entrado 1886, año de la rendición del lonko Sayweke ante las fuerzas militares argentinas en Junín de los Andes. Cuesta entenderlo de buenas a primeras, pero gran parte del “conflicto mapuche” actual es consecuencia directa de esta historia que les relato. Lo repiten y hasta el cansancio los lonkos en Ercilla, Lleu Lleu, Makewe y Lumaco, hijos, nietos y bisnietos de aquellos weichafes caídos en la batalla de Temuco. Pero al otro lado nadie los escucha. Mucho mejor negocio culpar a los conquistadores y su “barbaridad” legendaria. “No esperen que resolvamos en cuatro años un problema que se arrastra por más de quinientos”, escuché decir una vez desde La Moneda. Hay que ser muy caradura. Mis disculpas nuevamente a España
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